BARRACAS CENTRAL, A UN PASO DEL RETORNO

Si gana, asciende a la primera división del básquetbol bahiense. Buen momento para recodar su época de oro y a quienes fueron sus protagonistas. 

No voy a cometer la ingenuidad de suponer que, este viernes (12), camino del final del año 2014, pleno siglo XXI, alguien retrotraiga la mirada hacia la mitad del siglo que se fue.

Aún así, como los recuerdos y las nostalgias (a los que uno se aferra cada vez más a medida que pasan los años), golpean, aunque cada vez con menos fuerza es cierto, en el rincón de la memoria, un tanto borrosa ya, no puedo permitirme ignorar un pasado muy lejano.

Y lo hago en este día, como algunas otras veces en ciertos momentos, porque Barracas Central, el club enclavado desde hace 85 años en el corazón del barrio Thompson (o como quiera llamárselo ahora), está a un paso de volver a la primera división del básquetbol local. Si gana (juega ante Sportivo Bahiense el partido 4 de la serie por el segundo ascenso) se pondrá 3 a 1 arriba y habrá conseguido el pasaporte hacia el círculo privilegiado de la “capital nacional del básquetbol").

Entonces, casi como una obviedad, se me aparecen tantísimas estampas de las épocas de gloria de “El Bosque”.

Es que allí, en la vieja cancha de cemento pintado de rojo diluido, asistí a las más memorables jornadas (calientes en las noches verano) y no mucho menos (en las mañanas de invierno). Seguí episodios imborrables del club, ese de la camiseta a listones blancos y azules, los colores elegidos allá por 1929, cuando en agosto de ese año, jóvenes de entonces crearon Barracas.

En Thompson al 645 transcurrieron muchas horas de una perdurable etapa que está en el recuerdo. Secretaría apenas de chapa, dando espaldas a Italia. Vestuarios igualmente precarios (comparándolos con los siguientes), dando a la cabecera de Thompson.

“Multitudes”, bordando la baranda, las noches, vaya a saber porqué, con uno ubicado muy cerca o casi adentro del “palco”, donde estaba la mesa de control y desde la cual los números musicales de época, atronaban en las kermeses estivales.

Eso era Barracas, por entonces. Con una particularidad: “mi viejo” (Ernesto), hacía las veces de secretario administrativo. Cada día, después de sus tareas cotidianas, iba al club (robándole horas a su bien merecido descanso), a hacer lo suyo, incluyendo tomar nota, para el acta que transcribía después con su impecable letra redondilla. En casa, “hacíamos” (llevábamos) el libro de socios, apuntando puntualmente el pago de las cuotas.

Años, así. Cuando Barracas cumplió sus 25 años (bodas de plata), en agosto del ’54, le obsequiaron, a él, un banderín, “tamaño baño” y una medalla, en reconocimiento de todo lo brindado a la entidad, aquella de Cavalli, los Cárdenas, Bertolli, Lobato, Chicharro, Albizu, Minitti y tantos otros que alguna vez he tenido presentes, pero que hoy se escapan y no resistirían ningún listado.

Por entonces (terminaba la primaria), Barracas significaba una de las tres alternativas de cada día, infaltables: la muy querida parroquia de Santa Teresita del Niño Jesús (calle Berutti); la recordada escuela número 5, Nuestra Señora de la Merced (calle Darregueira). de la que fui abanderado; y, claro está, “el Bosque”, en Thompson, a sólo 3 cuadras de casa.

Avanzando un poco en el tiempo, llegó la instancia del joven dirigente. Y tuve la satisfacción de ser miembro de la subcomisión de básquetbol en el preciso momento en que Barracas Central consiguió su primer título de campeón del torneo oficial de la ABB, en 1958. Tiempo de Néstor Francisco Radivoy, como técnico, y de los históricos (ganadores por siempre del “Ciudad de Bahía Blanca” en el Salón de los Deportes). Entre ellos, Julio Serrano, José Hernández, Juan José Dardo Albizu, Edgar Maisterrena y Enrique García Pereyra, por citar algunos; a quienes se sumó en esa temporada gloriosa el cordobés Hugo Olariaga, a quien con no poca razón se señalara, por años, como el artífice de la gran campaña (le acompañó otro cordobés, Manuel Pérez).

Ya andaba en esto del periodismo y no pocas veces me “tocó” cubrir los partidos de Barracas. Menudo dilema, siendo que por años había gritado como hincha en similares ocasiones.

Hubo otro título, muy cerca (1963), en el que Barracas ganó de la mano de Dardo, emblemático goleador (con tiros que hoy serían de 3 puntos), hermano de otro legendario goleador barraqueño, Omar (“Pato”) Albizu, a quien alguna vez echaron de los registros de la asociación, por su temperamento que se fue un poco más allá del límite en un partido de los tantos.

Sobrevinieron otras etapas, en las que mi oficio me mantuvo un poco a distancia, pero siempre ligado, desde el corazón, el sentimiento y el sufrimiento, a todo aquello que tuviera que ver con Barracas. Su retiro de la práctica del básquet, incluso.

Pero como cuando se toca fondo siempre existe la posibilidad de volver a emerger, el club (aquel de las finales a full con Estudiantes) tornó a desandar el camino. Hubo un paciente trabajo (en el que mucho tuvo que ver Jaime Linares), hasta “reverdecer” con la reinauguración de su estadio, emotiva y saturada de hermosísimos recuerdos.

De allí en adelante, la lucha por alcanzar un sitio entre los “elegidos” de la primera división. Puede ser este viernes (12), en cancha ajena; quizás (uno espera que no) el lunes 15 a más tardar, en el renovado “Bosque”.

Como en otros tiempos, tan lejanos como que son historia, disfrutaré del logro, evocando a quienes le dieron lustre al azul y blanco de la mitad del otro siglo. ¡Vamos, Barracas!.


Luis María Serralunga 

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