EL LIBRE ALBEDRÍO DE SER POBRE

Aloma Sartor

Las situaciones conflictivas pueden darnos la posibilidad de reflexionar y en este sentido el reclamo de viviendas del Plan Federal por parte de más de 1000 familias, nos trajo a compartir un fragmento de realidad un poco más allá de los que ocurre alrededor de la Plaza Rivadavia, de una Bahía Blanca que alberga vidas, necesidades y por sobre todo, derechos.

La modalidad en la que este conflicto se dio y la instrumentalización de la gestión del mismo seguramente se podrán analizar de diferentes formas, preguntarnos además, cómo actuaron los que tenían responsabilidades en el tema; sin embargo, quiero sólo hacer hincapié en la concurrencia de voces que se escuchan en estos días sobre el tema y llamar la atención para instar a una reflexión compartida, de lo que considero que ellas simbolizan.

Por un lado, algunas se alzan con el reclamo de hacer valer la ley, pero de aquella parcela de la estructura legal que pueda acallar miedos personales; cuando se habla de “usurpación” o “tomas” lo que nos produce -a veces estas sensaciones son inducidas- el temor a que se desaten movimientos que hagan peligrar la propiedad privada, derecho que ha sido el basamento de la conformación de nuestra sociedad y nuestra cultura.

En otros casos, otras voces ponen en cuestión lo que tiene que hacer el Estado “con esta gente”, y esta perspectiva de análisis muestra una faceta también presente en nuestra sociedad, basada en que perciben, en forma más o menos consciente, una concepción de la política despegada de los individuos y de lo que creen que es el rol de Estado en relación a la vida y la construcción de sujeto; desde esta visión, lo que tenga que ver con la vida de las personas ha pasado a concebirse (aunque se diga lo contrario) como una acción de la sola responsabilidad del individuo; su desarrollo, éxito o frustraciones dependen de su voluntad, conducta, carácter, en suma de todo lo que haya decidido hacer. En esta línea de pensamiento, la política y la política de Estado son sólo construcción de poder para asegurar que los que pueden “hacer” sean “exitosos”. 

También están los que se han encerrados sobre sí mismo y creen que la sociedad será mejor (no habrá miserias, indignidad y pobreza) si ésta se compone de mejores individuos, en un proceso que lleve al cambio de cada uno de ellos; de nuevo otra forma de poner en la responsabilidad individual la potencialidad del desarrollo de cada persona, el alcance o no de ser ciudadano/a pleno y sujeto libre de derechos y obligaciones. La deriva de este pensamiento es la búsqueda del bienestar personal y físico, el culto a las teorías de autoayuda y otras.

Todas ellas y seguramente muchas más, tienen presencia en nuestra sociedad. Sin embargo quiero alertar sobre aquellas líneas discursivas que, alentadas inclusive desde los sectores de poder y del Estado, explican para congraciarse con una parte del electorado que “no hacen política, sólo se ocupan de resolverle el problema a la gente”. Sin embargo, este relato es parcial y necesita para completarse cuando se trata de problemas sociales una última reflexión sobre los aspectos y transformación de la pobreza, la marginalidad, las condiciones indignas de vida en estas últimas décadas. Nuestra sociedad ha expulsado enormes sectores sociales que han pasado a estar “excluidos”, lo que quiere decir que no forman parte del proyecto de Nación y sólo en el mejor de los casos, reciben algunas asistencias para subsistir; en la sociedad estamos “nosotros”, los “otros” los excluidos están afuera y “nosotros” tenemos que hacer cosas para incluirlos. Esta es la principal y fenomenal diferencia entre las clases sociales de antaño, cuando todos tenían un lugar en un proyecto social compartido (mejor o peor) y este nuevo escenario de la sociedad mundial con diferentes características y que tiene su reflejo en el pago chico. Una sociedad generadora de tanta violencia institucional y de facto, reproducida por la potencialidad de las tecnologías de comunicación a través del discurso, los símbolos, la propaganda, el culto a la belleza, lo exquisito, restregado una y otra vez por las narices de los que están afuera. Este es el desafío de hacer política en la posmodernidad, reconstruir el ágora y volver a encontrarle sentido.

Esta complejidad de perspectivas respecto al problema de la pobreza con el convivimos y del que somos parte, no puede reducirse a poner sobre sus “espaldas” la responsabilidad de la búsqueda de caminos para salir de ella, tienen demasiado sufrimiento sólo en la supervivencia, en la conciencia de saber que están “afuera” y que nada cambiará mucho si no se reconstruye un proyecto social que nos integre a todos, recreando el respeto por las diferencias y aceptando que éstos grandes sectores sociales más vulnerables son el resultado de políticas que los puso “afuera”. Para cambiar este proceso se necesita mucho más que políticas e instrumentos asistenciales, todos ellos indispensables.

Pensar, repensar, diagnosticar, planificar y gestionar el día a día sabiendo que si los niños/as (futuros ciudadanos/as) no son alimentados y tienen un sostén afectivo en su infancia, después no podemos ponerles en su responsabilidad el acceso al trabajo y la finalización de estudios; las adicciones se convierten en la deriva “a mano” para su subsistencia y ese es un punto de difícil retorno; no estamos lejos, en realidad ya tenemos instalado este escenario social. Por lo tanto no tenemos derecho a desconocer que la pobreza es una condición “de la cuna” de varias generaciones, que no fue su elección y que salvo excepcionalidades lo que hace trascendente la vida plena de los sujetos es sus posibilidades como ser social, esa es ni más ni menos que responsabilidad de la política y de todas las personas que integran la sociedad.

Entonces por sobre todo se trata de las Políticas y las Políticas de Estado. Es muy peligroso que se presenten los “problemas sociales” como problemas individuales, como dijo el Intendente Bevilacqua recientemente por LU2 “los problemas sociales son individuales, no políticos”. Aunque sea muy difícil y aunque nos duela en lo más profundo, debemos mirar y permitirnos reflexionar porque no se accede a “ser ciudadano” con el sólo hecho de tener el derecho de votar.

Publicado por Aloma Sartor, en su muro de Facebook, este martes (22).

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA COMUNIDAD ECLESIAL PORTEÑA, EN ORACIÓN POR SU NUEVO PASTOR

EL MINISTERIO DE MUJERES, POLÍTICAS DE GÉNERO Y DIVERSIDAD SEXUAL DE LA PROVINCIA VISITÓ BENITO JUÁREZ Y BAHIA BLANCA

MONSEÑOR JORGE IGNACIO GARCIA CUERVA, NUEVO ARZOBISPO DE BUENOS AIRES