RECORDANDO A NELLY SERRALUNGA ZATTI, DOCENTE Y EJEMPLO

Hace 16 años, en un día como el de ayer (26 de mayo), se iba para siempre. Lo supimos tardíamente, porque una transitoria residencia en Neuquén (tierra que guarda muy entrañables recuerdos familiares y es el lugar donde viven seres muy queridos) hizo que así ocurriera.

Con ella se iba una porción de aquellas vivencias que asociamos a la niñez, fundamentalmente, pero que quedaron grabadas para toda la vida.

Porque buena parte de nuestros recuerdos imborrables están asociados a la vieja casa de Terrada 74, hoy lamentablemente desaparecida, en la que supimos del cariño y la formación de quienes ahí vivieron y, desde allí mismo, esparcieron enseñanzas, afectos y un amor de esos que es imposible comparar.

A quien se fue aquel 26 de mayo la asociamos con la escuela 47 (del barrio San Martín); la escuela 34 (muy cercana a nuestra casa); el Colegio San Vicente de Paul (el adyacente a la capilla de la Medalla Milagrosa), en Villa Mitre; y, por supuesto, al Colegio María Auxiliadora y a la basílica del Sagrado Corazón de Jesús (Don Bosco).

No podemos olvidar, claro está, que fue catequista, en nuestra parroquia de siempre, Santa Teresita del Niño Jesús, primero en la capilla de La Inmaculada; y después en el templo de Villarino 460, donde en octubre próximo va a celebrar sus 75 años, cumplidos el pasado 3 de abril.

Que los hitos en la enseñanza fueron imborrables es algo que nos consta no sólo por nuestra identidad familiar. Por años (y muy recientemente también) hubo exalumnos que la han recordado, resaltando todas sus virtudes.

A cada paso de la vida, por si lo otro fuera poco, se nos presentaron (aunque cada vez más borrosas, porque así sucede aún con los episodios que nunca desaparecerán del corazón) las imágenes de una persona sobria; absolutamente austera; pródiga en el servir a los demás (en la enseñanza, con paciencia indescifrable; y en la rutina doméstica, para la que ella y sus hermanas estuvieron dotadas por demás).

Un hecho, absolutamente singular y por eso irrepetible, signó algo imperecedero: en el hectógrafo que ella usaba para tareas de su condición de maestra de grado, “imprimimos”, sí, aquello que supo ser la primera experiencia de lo que se convertiría en el oficio abrazado para toda la vida. Era una pequeña hojita que editamos para la Cruzada Eucarística de la parroquia.

Difícil sería discernir cuál de todas sus virtudes la distinguiría por encima de las demás.

A 16 años de su paso a la Gracia Eterna que tenía prometida, en  su vuelta a la Casa del Señor, pensamos que alguna vez merecería, como Ida Ana y Ana María, también docentes, un homenaje por lo que supo dar, sin pedir nada a cambio.

Se llamó Nélida Esther Serralunga Zatti, y fue, por encima de cualquier otra circunstancia, además de una de nuestras tías, una mujer ejemplar.  

Luis María Serralunga

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