SEGÚN PASAN LOS AÑOS… Y LA VIDA

Homenaje a “Chela” y “Nelly” Serralunga Zatti, docentes ejemplares. Y el punto de partida para una vocación. 

Hectógrafo, imprenta casera. 
En él, primeros
ensayos de un editor.
Dicen, y algo de cierto debe haber, que hay un tiempo para cada cosa (¿o una cosa para cada tiempo?). Lo que sí hay es un momento, no importa ni cuándo ni dónde, en que, impensadamente, uno piensa en cosas que creía olvidadas.

Este es uno de esos instantes. Ni siquiera tiene una fecha exacta, pero sí una muy vaga imagen de las horas (los días; los meses; los años) que se fueron.

Corría el ‘54 de los años 1900. Una tarde, en la calle Terrada 74, dos tías mías –“Chela” (Ana María) y “Nelly” (Nélida Esther)– hermanas de “mi viejo”, y por esa razón Serralunga Zatti como él, me ayudaron a imprimir, de los dos lados, una pequeña hoja (mitad de lo que es una A4 en términos de hoy). Estaba dedicada a enunciar, con pequeños párrafos, algunos de ellos recuadrados, actividades de lo que se conoció, por aquel entonces, como la Cruzada Eucarística de la parroquia Santa Teresita del Niño Jesús de nuestra ciudad, que tenía su iglesia en el Colegio La Inmaculada, en Berutti al 300.

La “hojijta” había sido escrita, a mano, con tinta china. Los ejemplares se imprimieron en un hectógrafo, imprenta casera, que ellas, mis tías, docentes ambas, utilizaban para duplicar escritos y dibujos destinados a sus alumnos.

Sesenta años después de aquel imperceptible episodio he descubierto, hoy, que en ese preciso momento –y no en ningún otro– nació mi incipiente vocación por el periodismo.

Estaba concluyendo la primaria, en la siempre querida y recordada escuela número 5 “Nuestra Señora de la Merced”, de la que tuve el inmenso honor de ser abanderado.

No es para nada  impropio decir, entonces, que en ese “lugar”, tan caro a los más entrañables recuerdos de toda la vida, tuvo razón de ser mi inclinación hacia lo que hoy lleva el título de comunicación social.

No había, ni remotamente mucho después, escuelas de periodismo. Tres años más tarde, ya estudiando en el Colegio Don Bosco, estrechamente ligado a toda mi familia, la benevolencia del reverendo padre Jaime de Nevares (después primer obispo de Neuquén), dejándome “escapar” para ir hacia el diario, le dio el impulso necesario al inicio de mi trayectoria, sólo práctica, como periodista.

Sin embargo, andando los años (y ya pasaron seis décadas enteritas), debo asociar el ejercicio de esa vocación, a aquel primer paso, en la hojita impresa con hectógrafo.

“Chela” (escuela 18) y “Nelly” (escuelas 47 y 34), creo hoy, fueron –también Ida Ana, otra de mis tías, inspectora de religión- como maestras, las que me enseñaron los primeros “garabatos” que después serían periodísticos.

De profunda fe, la trasmitieron como catequistas en la parroquia (que fue la mía); y la trasladaron a través de su íntimo contacto con el Colegio María Auxiliadora; y también, en el Colegio San Vicente de Paul, enclavado en Villa Mitre.  

Ellas –de trascendente pero silencioso paso por la docencia–  se fueron, a gozar de la Gracia Eterna que tenían prometida y que con creces supieron ganarse, entre los meses de junio (26, Nelly) y julio (6, Chela) de 1996, 18 años atrás.

Por esas mismas razones, insondables y casi de la sin razón si se quiere, les rindo hoy homenaje. Sé que es muy humilde, pero ojalá puedan asociarse a él quienes fueron sus discípulos en la escuela. Lo merecen…

Luis María Serralunga  

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