"MAMÁ"... Y LA ENVIDIABLE COLUMNA DE ALFREDO LEUCO
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Alfredo Leuco |
Escuchamos, este martes (15),
la columna de Alfredo Leuco, en Bravo.Continental, el excelente programa de
Fernando Bravo. No podemos sino editarla, para que aquellos que no la
escucharon, puedan deleitarse leyéndola. ¡Imperdible, Alfredo!.
Hace 11 años, cuando recibí la primera versión del libro "Mamá" de Jorge Fernández Díaz, le mandé el siguiente comentario:
Querido, admirado y
(sanamente) envidiado Jorge:
Escribiste un libro de puta
madre. Un librazo que sería una injusticia que no puedan leer todos los
descendientes de todas las marías de los escalones que existan en el mundo.
Desde Asturias hasta Polonia pasando por Neuquén.
Yo soy uno de esos
descendientes y me siento un privilegiado por haber podido llorar y reír con
esos textos. En ese libro hay emoción y talento. Y la posibilidad de
reconocerse en muchos de sus párrafos. Es que todos somos tan iguales...
Y encima, como valor agregado,
además de una profunda radiografía de las familias inmigrantes con radioteatro
incluido aparece una aproximación exquisita a la historia de nuestra bendita
Argentina de las últimas décadas.
Por eso creo (tal como te lo
anticipé por teléfono) que escribiste un gran libro y además una película
(mezcla de Almodovar y Campanella ) y un culebrón televisivo de moderna
nostalgia capaz de paralizar a la
Argentina con sus amores y sus dolores. Es un libro del tipo
pasión de multitudes. Profundo y sencillo. Sabio y al alcance de mi vieja.
En estos momentos de tantas
angustias y de tantas inseguridades solo hay un puñado de cosas para
refugiarnos. La identidad es la principal trinchera que tenemos. Igual que la
familia y los afectos.
Leí y sentí la misma vergüenza
de ser pobre que vos sentiste. Recordé una noche de verano con olor a espiral
contra los mosquitos. La parra se caía de uvas dulzonas cuando la farmacia era
casi una botica. Era Reyes. Yo había pedido una bici y los reyes cumplieron.
Pero la bici que trajeron mis viejos en sus camellos no era nueva. Era (muy)
usada. Tanto que era la bicicleta que mi viejo había usado cuando era chico.
Una bici con más de 30 años de antigüedad. ¿Te imaginas cuando la vi? Estaba
mas o menos repintada y con cubiertas nuevas para disimular sus arrugas. Un
lifting que hizo por dos mangos don Trovato el dueño de la bicicleteria de San
Vicente un barrio de curtiembres con aromas similares a los de Mataderos.
¿Sabés lo que hice? Era un pibe y me hice el boludo. Sobreactué mi alegría para
que mis viejos no se sintieran mal por no poderme comprar una bicicleta nueva
como el Yiyi , el hijo del doctor Oliva que vivía a media cuadra y que fue el
primer chico del barrio que tuvo un televisor Ranser mas grande que un toro y
con olor a lamparitas calientes. Les hice creer a mis viejos que me había
tragado la píldora. Que la trampita piadosa les había salido bien.
Pero a la noche lloré como
loco por ser pobre. Y lloré contra la almohada para que ellos no me escucharan.
Era otra Argentina. Mis viejos
se quebraban la espalda laburando como burros. Día y noche. Sin empleados.
Baldeando el piso y arrodillados rasqueteando la mugre por la madrugada, en
batón, ojotas y pijama. Pero progresaban. Mi hermana y yo íbamos a la escuela
para el orgullo de ellos. Jamás olvidaré que mi Papá estudio en la universidad
y se recibió de farmacéutico a escondidas de mis abuelos. Ellos pensaban que
leer libros era perder el tiempo y que la vida era solo trabajo. En aquel
barrio orillero a mi viejo, los vecinos del conventillo, le decían Mayor, como
deformación del "Meyer" con que mi abuela polaca y judía pobre lo
llamaba.
Mayor era hijo de Samuel y
Rosa de Polonia. Eran panaderos que vendían sus sabrosas facturas pintadas con
brocha gorda y huevo en las plazas. Un día cruzando la calle mi zeide Samuel
perdió estabilidad por el peso brutal de las gigantescas canastas con pan y
medialunas que llevaba en cada brazo y con el empujón que le dio una
motocicleta al chocarlo, se cayó y quedó muerto en un instante. Con su cabeza
pelada como la mía y la de mi viejo reventada contra el cordón de la vereda.
Nunca vi a nadie llorar con tanto dolor como cuando a mi viejo se le murió su
viejo.
Aquel zeide también tenía una
fuerza taurina como la de nuestros padres, Marcial y Mayor. Me cagaba a
cintazos si hacía quilombo a la siesta y sus manos gigantes y callosas me
inspiraban el respeto que hoy todavía le tengo al trabajo, al esfuerzo y al sacrificio.
Esos hombres me enseñaron que solo se avanza sufriendo. Y creo que tenían razón
hasta que apareció Freud. Ignoraban el intelecto y por eso le temían y parecían
ignorantes.
Dedicarse a leer y escribir
era cosa de vagos. Era demasiado fácil. Y la verdad es que nosotros ya sabemos
que ser periodista es mejor que trabajar. Pero aprendimos la lección más
importante. La de apretar los dientes y meterle para adelante con la fuerza y
la ceguera de un arado. Nunca un franco, como tu viejo, Marcial cuando era mozo
de bar en el legendario Abecé y le decían: “un Gancia y dos cortados para la
cuatro, gallego”.
En realidad creo que vos y yo
Jorge tenemos la potencia de nuestros viejos pero desarrollamos la vocación de
nuestras madres. Tanto Carmen y Esther podrían haber sido grandes periodistas.
¿O ya lo son?
Asturianos, judíos,
inmigrantes, todos saben de morriñas, rezos, destierros y discriminaciones como
puñales.
Me rebeló descubrirte
perseguido en el colegio por gordo y por débil con el único escudo del judo y
la fé.
Te deseo que la vida te
condene a ser cada vez más feliz ejercitando esa "laboriosa forma de la
clandestinidad" porque la gran literatura te espera. Contá con este amigo
del que no te tenes que cuidar. Seguí escribiendo películas sabatinas que se te
ocurren para que tu vieja las lea. Creo que somos de una madera que no se va a
ahogar nunca en el Cántabrico pero mil veces en un vaso de agua.
Porque vamos a buscar nuestro
destino en miles de lugares hasta comprender como dice "la Sole " que estaba donde
nací lo que buscaba por ahí. En Palermo. Cerca de tu mama, de esa Carmen que
quiebra psiquiatras y las deja hechas piltrafas de tanto llorar sus lágrimas
lacanianas.
Cerca de mujeres como ella, de
sangre asturiana, que nunca pagan con la misma moneda y que tienen el destino
samaritano de la solidaridad. A Dios gracias...y gracias por tu “Mamá” que es
la mamá de todos.
Alfredo, tu amigo que solo
tiene tres certezas: soy padre, cordobés y periodista".
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