UN AÑO SIN MABEL, PERO CON ELLA SIEMPRE EN MI CORAZÓN
Mabel, mi amor... |
“Un
atardecer llegaste a mí/
como
primavera en mi jardín/
a
la luz de candilejas /
yo
me enamoré/
era
tu amor/
tal
como yo lo imaginé”.
En
una de las madrugadas con insomnio, casi naturales de un tiempo a esta parte,
escuché una canción, no importa cuál, que me hizo recordar una fecha muy
lejana, como que fue el 12 de septiembre de 1963.
Aquel
día, Mabel y yo nos dijimos que queríamos vivir juntos para toda la vida.
Diecisiete meses después, nos casamos. Era como si el destino (o la Providencia, mejor expresado) nos hubiera reservado un lugar para encontrarnos y, de allí en más, pensar que sólo era posible una larga vida en común.
La
tuvimos, desde el 5 de febrero de 1965 y hasta el mediodía casi (11.36) del 12
de junio del 2015.
Desde
entonces, cada noche, se me aparecen aquellas palabras con las que nos
prometimos llegar a “viejitos y juntos”, o lo que es casi igual, “hasta que la
muerte nos separe”.
Sé
que ella puso siempre todo lo mejor en nuestro matrimonio, con cuerpo y alma.
Quizás por eso se fue antes, porque el Buen Dios la llamó a disfrutar de la
Gracia Eterna.
Aun
así, desde hace un año, vivo con ella en mi corazón, evocando, día tras día,
los momentos felices que me regaló, como
la llegada de Eduardo, Lucrecia, Claudia, Adrián y Mariano, para formar nuestra
“pequeña familia”, prolongada con Renata (encantadora mujercita de 14 años
hoy); con Diego (a quien no hemos podido volver a ver); y con aquellos que cada
uno de nuestros hijos eligió como compañía a través de los años.
Sería
interminable repasar cada uno de los pasos dados, aunque sí debo decir que
Mabel me acompañó en todos ellos. Dijo en sus últimos días que me hubiera
seguido donde fuere, una inigualada demostración de lo que fue, como la más
bella y dulce mujer que Dios puso en mi camino.
Hoy,
un año después de su partida al cielo, todavía –y cada vez más– me parece
mentira su ausencia, aunque la sé velando desde el cielo, por todos nosotros.
Como
testimonio de su belleza y de la sinrazón por la cual supe que sería mi compañera
para siempre, su foto de jovencita, que pude descubrir 52 años después de
conocerla y enamorarme perdidamente de ella.
“Aquí
estaré / aquí, mi amor, igual que ayer”.
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