DÍA DE LA BANDERA, SEGÚN PASAN LOS AÑOS
Uno
tiene recuerdos, imborrables, sobre muchos hechos en una vida que ha llegado ya
a los 75 años.
Fundamentalmente, tienen que ver, y mucho más ahora, con la vida
familiar. Pero hay otros que no lo son desde ese ángulo, aunque se rocen,
quizás, un tanto.
Cuando
transcurría el ciclo de la “primaria”, hasta 1954, tuve el inmenso placer
(quizás sea orgullo la mejor definición) de ser elegido abanderado de la
escuela número 5 “Nuestra Señora de la Merced”, de la que fui alumno.
Recuerdo
una jura de la bandera en el estadio de Olimpo; también las procesiones “de la
Merced”, los 24 de septiembre, a las que se concurría en homenaje a la patrona
de la escuela y la ciudad.
Pasaron
los años y en 1962 juré lealtad a la bandera, una fría mañana de 20 de junio,
en la “plaza de armas” (así le llamaban) del Comando del Quinto Cuerpo de
Ejército. Helada madrugada, porque a las 6 ya estábamos formados allí. No
encontré, esa vez, similitud alguna con los tiempos en que me tocó llevar la
enseña patria.
De
alguna manera, lo he explicado muchas veces, en recuerdos de los tiempos que se
fueron. Nunca creí estar sirviendo a la Patria durante los 16 meses en que tuve
que hacer lo que se señalaba, equivocadamente, como el SMO, o sea, el servicio
militar obligatorio. Sólo se servía a jefes, oficiales y suboficiales de la
época, algo muy lejano del objetivo que, durante ese “largo año perdido”, era obligación
cumplir.
Y
digo esto porque si algo no se me borró de la memoria en tantos años fue el
enfrentamiento de “azules y colorados”, de ¿militares? jugando a la guerra. Un
soldado conscripto, nativo de Punta Alta, perdió la vida mientras los “jefes”
huían hacia Tornquist. Lamentable.
Veintiún
años después, tuve sí una satisfacción que me remontó a los tiempos escolares.
Como director de Prensa y Difusión de la Municipalidad de Bahía Blanca (lo era
también de Deporte y Turismo) tuve a mi cargo la coordinación de un acto que
recuerdo aunque han pasado 33 años ya.
Fue
la inauguración del monumento al general
Manuel Belgrano, emplazado en las estribaciones más altas de la calle Agustín
de Arrieta, en un sector elevado. Una columna, montada sobre una plataforma de
adoquines, era base del busto del creador de la Bandera Nacional, asentado allá
en lo alto, perceptible por eso por cuantos pasaban por allí.
La
ceremonia, en una soleada tarde, tuvo un marco multitudinario, con las escuelas
y sus banderas presentes; con jinetes;
con público en una concurrencia masiva. Desde el desfile del Sesquicentenario,
no había visto nada igual, por ese entonces.
Los
inadaptados de siempre, aprovecharon la lejanía del lugar, para hacer lo suyo y
romper el busto de Belgrano y terminar así con el homenaje que se le rendía.
En
junio del 84, asistí –con la familia completa– al juramento a la bandera del
mayor de los hijos de mi matrimonio con Mabel. Afortunadamente, diría, a los
dos varones menores “no les tocó”, eso del SMO. Lucrecia, la mayor de las dos
hijas mujeres, fue también abanderada (en la escuela número 3).
Este
20 de junio, he escuchado con fervor la Canción a la Bandera (Aurora), una de
las más bellas expresiones si de cánticos patrióticos se trata.
También
este lunes (20) he tenido conocimiento de la decisión del intendente local de
encarar un nuevo monumento como homenaje de la ciudad a uno de los próceres que
más le brindó a la Patria.
En
ningún momento alcancé a escuchar que alguien recordara aquel 20 de junio de
1983. ¿Extraño?.
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