MABEL Y UN MARAVILLOSO RECUERDO
Para
una belleza, las mejores palabras…
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Mabel |
El
piano, la mesa, la luz que entra en la casa de manera lúcida y trasparente,
pero sin doler. Los malvones. La cocina blanca, como su pelo. Enseguida me
sentí acogido, hablando de cosas del campo, de los hijos, de la esperanza. No
hablaba a los gritos, sino mansamente.
Un
día, a mi regreso de Italia, le traje de regalo unos hongos disecados. Tiempo
después, lo compartimos en un almuerzo riquísimo. Después, en el verano, con
Luis María, me acompañaron a las colonias de vacaciones de Tornquist, para los
chicos de la villa.
Ahí,
ellos, tan dignos, tan para otra cosa, se abajaron serenamente, como los sauces
a la orilla de los ríos patagónicos, y nos cocinaron, nos acompañaron, nos
mimaron. Sin decir mucho, casi nada. Recuerdo una foto en el patio de
Tornquist, atardecía, y la foto los muestra así, atardeciendo de fuego sobre la
vida bella.
Hay
muchos recuerdos, como las brasas del fogón, como la mano tendida. Mabel
llevaba la vida como sus ojos claros y hermosos: sufriendo por dentro,
sonriendo por fuera. Sus días felices eran su memoria. Los días por venir, su
decir.
Ocupada
en los demás, sensible, crítica, auténtica, amorosa. No queríamos que se fuera
así, pero uno nunca elige cómo llegar ni cómo irse, a lo sumo le pelea el cómo
transitar ese espacio fugaz entre las dos bienvenidas, y deja, para los que
siguen, el modo que supo, la paciencia, la pasión, aún los errores asumidos.
Todo queda, porque, al final, nada pasa: ceniza del viento los cuerpos se trasforman
en gloriosos y nosotros, todavía terrenos, no los vemos; pero están.
La
orfandad no es ausencia, lo digo por experiencia, es dolor de imaginar que todo
podría ser de otro modo. Pero es de éste, del que estamos, del que no es ideal
sino real y lindo también por más que duela.
Ahora
me quedo pensando todo lo que me dijo, y, mejor, lo que no llegó a decirme con
palabras, pero era lo más profundo, lo más eterno, lo más ella. Esperame Mabel;
dicen que en el cielo los hongos son todos trufas y los ojos todos como los
tuyos".
(Dicho
por Antonio De Bernardín, hace un año, el 15 de junio de 2015, despidiendo a
Mabel, desde Junín de los Andes. Imposible no tener presentes sus palabras. Como entonces, ¡gracias,
Tony!)
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