EL ESTALLIDO DE LA VIEJA ANTINOMIA
Cristina: seguir el modelo |
Buenos Aires, 11 de noviembre (Télam,
por Alberto Dearriba).- Si los caceroleros que se
manifestaron en las calles el jueves Pasado (8) tenían alguna esperanza de que
el gobierno modificara sus políticas centrales, las expectativas quedaron
desairadas cuando la presidenta Cristina Fernández ratificó el viernes (9) su “inquebrantable”
compromiso con el modelo de país que Néstor Kirchner comenzó a delinear en
2003.
Si bien ninguna expresión
masiva que proteste en las calles pasa inadvertida para un dirigente político,
está claro que un Gobierno que fue plebiscitado en las urnas apenas un año
atrás, no puede cambiar su proyecto político para atender una docena de reclamos
puntuales.
Sin embargo, la presidenta
dijo que el proyecto de inclusión que lleva adelante comprende también a los
que no están de acuerdo con el gobierno, y abogó porque esa oposición
heterogénea constituya una fuerza política orgánica que resultaría saludable para
la democracia.
“Nosotros creemos en nuestro
proyecto político, los otros que se encarguen de generar un proyecto
alternativo” dijo, tras admitir que su gestión puede tener “errores, defectos y
equivocaciones”.
Los caceroleros reclaman por
ejemplo frenar la inflación, pero no dicen cual es el modo de mitigar un
problema que ni agrada ni genera el Gobierno, por lo que se sospecha que
ofrecen la vieja receta del ajuste y la restricción monetaria que tanto daño
produjo en la Argentina
de los 90.
Si para conformar a los
caceroleros, la Presidenta
decidiera aplicar inesperadamente un plan antiinflacionario ortodoxo, desoiría
en realidad a los 12 millones de argentinos que votaron un modelo que tiene al
crecimiento y al empleo como motivo fundamental de la economía.
Si el gobierno dispusiera en
cambio una sistema de precios máximos o fijos, seguramente sería criticado por
quienes hoy claman por contener la inflación y se exhiben como adalides de la libertad.
Si para reducir el gasto
fiscal financiado con emisión se frenara la obra pública y no se siguiera
alimentando la demanda agregada, a despecho de la crisis mundial, el efecto
inmediato sería la pérdida de puestos de trabajo, lo cual provocaría una profunda
defraudación social entre quienes fundan sus esperanzas en el gobierno.
Si el gobierno dispusiera una
devaluación con el objeto de permitir luego la libre flotación de dólar para
que los caceroleros pudieran atesorar en billetes verdes como reclaman, esto
produciría un impacto brutal sobre los precios y una transferencia de ingresos,
en contra del salario que borraría las mejoras
alcanzadas.
Un gobierno que redujo la
presión de la deuda, produjo un récord de reservas y paga puntualmente sus
obligaciones desde el 2005 sin tomar créditos internacionales, no puede regalar
alegremente las divisas acumuladas con tanto sacrificio de la ciudadanía.
Necesita cuidar los recursos
en moneda extranjera que obtiene de un comercio exterior alicaído por la crisis
mundial, para poder importar insumos industriales necesarios para que las
fábricas sigan funcionando y para pagar obligaciones externas.
Las estrecheces del sector
externo –un cuello de botella crónico en la economía nacional- fueron
gambeteadas en el pasado con abundantes préstamos internacionales tomados a tasas usurarias, lo cual explotó en
el default del 2001 que se llevó hasta las instituciones.
El kirchnerismo evitó el
recurso del préstamo internacional contra viento y marea, por lo que sería
incongruente que marchara ahora en ese sentido para satisfacer las ansias de
acumulación de un sector de la población que confunde las libertades ciudadanas
con el librecambio a ultranza.
Por el contrario, el
kirchnerismo reivindicó desde 2003 la preeminencia de la política sobre la
economía y del estado sobre el mercado, por lo cual resultaría francamente
ridículo un cambio radical en ese sentido.
Los caceroleros insistieron
durante su reclamo callejero en exigir una “libertad” de la cual gozan todos
los argentinos de distintas condiciones sociales. En verdad, los sectores
medios y altos que participaron en la
protesta siempre tuvieron más “libertades” que los pobres.
El reclamo realizado a viva
voz en las calles, parece apuntar a una libertad de mercado en la cual el
estado mantenga un rol de ausente. El reclamo contra la “diktadura” es tan
incongruente y contradictorio como el de mayor calidad institucional, realizado
al mismo tiempo que las pancartas piden “que se vaya”, “andate” y otras
maravillas republicanas.
En verdad, los caceroleros no
tienen un programa común y coherente, sino que coinciden en la bronca contra un
modelo que hasta culturalmente les resulta agresivo. Pese a que viven razonablemente
bien o muy bien, siempre les molestó el ascenso social de los más postergados.
En ese sentido, la multitud del
jueves (8) representó en las
calles la expresión de una vieja antinomia.
No está mal escuchar sus
demandas, pero si el gobierno aceptara todos los cambios que le proponen se
produciría una operación de travestismo político superior a la encabezada por Carlos
Menem en 1989, quién asumió proponiendo una “revolución productiva” y se fue
tras un ajuste que provocó el cierre de miles
de industrias.
La suma de las medidas
puntuales que plantean los caceroleros implicaría la definición de un modelo de
país opuesto al que impulsa el kirchnerismo, por lo cual sería realmente
saludable para la democracia que una fuerza política asuma la representación de
los descontentos para plantear orgánicamente una alternativa política en las
próximas elecciones.
Sólo las urnas pueden dirimir
una vez más la vieja antinomia.
Recién entonces se sabrá si
los planteos del jueves tienen un apoyo mayor que los 12 millones que apostaron
el año pasado por un modelo de crecimiento, inclusión, empleo y consumo.
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