SEGÚN PASAN LOS AÑOS Y LOS HECHOS: LOS PAPAS Y LA FAMILIA SERRALUNGA


Pequeñas historias de vida que nos asocian al paso de los Pontífices, a través de casi 8 décadas.

Hay historias que, aún dichas alguna vez parcialmente, merecen ser contadas.

El pasado jueves (28 de febrero) se dio para la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, un hecho histórico, inédito por más de seis siglos: la renuncia de Benedicto XVI, tras unos casi ocho años de reinado, como jefe de algo más de 2.000 millones de fieles en todo el mundo, para pasar a ser, de aquí en más, “sólo un peregrino”, según sus propias palabras.

Y, ¿qué tiene que ver eso con nosotros, humildes editores de este diario digital, con la milenaria trayectoria de los Pontífices, sucesores de Pedro?.

El cardenal Eugenio Pacelli vino en 1934
a la Argentina, como
legado pontificio. Luego sería Pío XII
Hubo una vez, hace casi 80 años, en que llegó al país Eugenio Pacelli; cardenal, secretario de Estado de El Vaticano y legado papal al Congreso Eucarístico Internacional, que se realizó en Buenos Aires en octubre del el año 1934, en tiempos de la presidencia de Agustín P. Justo.

En ese evento trascendente para la Iglesia argentina, y por supuesto para toda la grey católica, estuvo Ernesto Umberto Serralunga, desde muy joven (lo era entonces con sus tres décadas de vida) estrechamente ligado a los movimientos de apostolado, como que fue, por años, el presidente de la por entonces junta diocesana de la Acción Católica Argentina, en Bahía Blanca (años ’40 y ’50 del siglo que se fue).
Escudo del Congreso
Eucarístico Internacional

Pacelli, cuya presencia conmovió al país, de por sí convulsionado, fue después el recordadísimo Pío XII, el Pontífice que gobernó la Iglesia de Cristo entre el 2 de marzo de 1939 y el 9 de octubre de 1958, dejando tras sí la estela de una acción apostólica vital para aquellos tiempos. La fecha de su muerte, puedo recordarla (y no es esto una falta de respeto) porque ese día jugamos softbol en la cancha de Avenida Alem y Florida, con el equipo de nuestro pequeño club Cruz del Sud.

Don Ernesto, mi padre, abuelo de mis hijos y bisabuelo de Renata y Diego, como así de una legión de nietos y bisnietos, tuvo ese inusual privilegio de conocer al futuro Papa, en jornadas que generaron todo un acontecimiento, en multitudinarias manifestaciones de fe. Algunas imágenes, aún de época, permiten asegurarlo, vistas hoy en día con la perspectiva que dan los cambios de vida y los avances en todo terreno. Hay un dato significativo: el 11 de octubre, 110.000 niños recibieron su Primera Comunión. Por eso no podía extrañar que ese congreso (y haber estado allí) se prolongara en sus evocaciones, por décadas.
Juan Pablo II

De profunda fe cristina, muchos años después, Don Ernesto tendría la imborrable ocasión de recibir la Sagrada Eucaristía de un Santo Padre que hizo época y que estuvo aquí el 7 de abril de 1987: nada más y nada menos que Juan Pablo II, quién “revolucionó” el andar de la Iglesia de Cristo puesta bajo su tutela como representante de Dios en la tierra.

No fue, para él, un hecho común; no sólo una distinción, conferida por el entonces arzobispo, monseñor Jorge Mayer (de quien fue estrecho colaborador y muy buen amigo),  sino alcanzar a vivir un momento muy especial, irrepetible.

Pero si eso fue importante desde todo punto de vista, no lo fue menos (y quizás sí mucho más) otro hecho ocurrido el mismo día y en el mismo lugar, el del Cristo del Camino, a la entrada de la ciudad.
Misa en el Cristo del Camino

Hasta allí llegó, desde la aeroestación, en su Papa Móvil, Juan Pablo II.

Tenía que bajar de ese vehículo de traslado y todas las precauciones fueron pocas. Sin embargo, el rigor de los controles no evitó un suceso para nosotros muy singular, seguramente también irrepetible.

Con la curiosidad propia de su edad (10 años), Mariano (Serralunga), hijo menor de quien esto escribe, se acercó al lugar, viniendo desde el móvil que en lo personal utilizara para cubrir periodísticamente ese acontecimiento sin par.

Algún integrante del sistema de seguridad que rodeaba al Papa, sin dejar de lado el rigor que correspondía, hizo avanzar a Mariano hacia el Papa Móvil y Juan Pablo II lo saludó (porque en realidad así fue) al bajar. Lo testimonia una de las fotografías que tiene un lugar especial en la familia. Casi 26 años después, quien era muy chico entonces, recuerda aquello como un mojón imperecedero de su vida.

Uno puede decir, a la vez, que no hubo, en más de 55 años de vida dedicada al periodismo, una cobertura de esa dimensión, señalada así en cuanta evocación haya podido hacer del devenir de nuestra función.

Cierta rara coincidencia hizo, además, que hace ya casi 11 años, tuviéramos oportunidad de conocer a Tarcisio Bertone , cardenal secretario del Estado vaticano, devenido por estos días en el camarlengo, encargado de dirigir los asuntos de la Curia Romana, como así de todo aquello que tiene que ver con el cónclave cardenalicio que elegirá al nuevo Sumo Pontífice.

A Bertone le vimos en un oficio religioso llevado a cabo en el templo del Colegio María Auxiliadora, el 14 de abril de 2002, a propósito de la beatificación, ese día, de Don Artémides Satín, el enfermero santo de la Patagonia, asociado familiarmente a nosotros, ya que fue primo de mi abuela paterna, Ermelinda (Zatti).  Podrá decirse que poco tiene que ver, pero no está de más señalarlo.

Cardenal Tarcisio Bertone, camarlengo.
Estuvo en Bahía en abril de 2002. 
Por estas horas, cuando se activa la etapa previa a la sucesión del nuevo obispo de Roma (y del mundo), Mariano y su esposa Ana están en Italia. Llegaron este domingo (3) a la Ciudad Eterna.

No puede pensarse sino que, como en aquel inolvidable 7 de abril del ’87 (para Mariano), les tocará a ellos vivir una experiencia por cierto única. Si se dan las circunstancias, podrán tener el privilegio de observar, in situ, en vivo y en directo, aquella “fumata” que todos esperarán con ansiedad y que millones seguirán por la televisión.

Benedicto XVI
Visto desde aquella fe que aprendimos en los tiempos niños (y que a uno insistieron en inculcarle las tías paternas, casi como ningún otro), no podemos sino sentir un especial espíritu. 

Según pasan los años, que ya van borrando imágenes, por alguna razón están aquellas que perduran. ¡Gracias a Dios!.

Luis María Serralunga

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