"JUSTICIA DE FAMILIA"
Trascripción
de lo escrito, desde Neuquén y en Facebook, por Eduardo Serralunga, el domingo 24 de marzo de 2013 a la(s) 0.16.
“Hoy
cumplo 3 (tres) meses sin ver a mi hijo Diego Luis María, de un año y siete
meses de edad.
El
miércoles pasado -20 de marzo- asistí a una "audiencia de partes"
convocada por la jueza de Familia número 2 de Neuquén, doña María Gabriela
Avila.
Mientras
esperaba subir al quinto piso de los Tribunales, sentado frente al ascensor
junto a mi abogada, ésta me facilitó el expediente.
Iba
a ser mi primer contacto con los argumentos por los que hace tres meses se me
impuso una restricción de acercamiento al domicilio de la madre de mi hijo, lo
que es lo mismo que decir que me impidieron acercarme a mi hijo.
Apenas
había abierto el expediente, pasó por el lugar una empleada -ni magistrado ni
funcionario, sino una empleada, de las mismas que el año pasado tuvieron al
Poder Judicial inactivo por una huelga del sindicato que los agrupa- que dijo
"¿el señor es el denunciado? no puede ver el expediente" y literalmente
me lo arrancó de la mano y lo subió ella al despacho de la jueza.
Bien.
Permanecí, entonces, en ascuas respecto de la acusación que pesa en mi contra y
que motivó tamaña "medida cautelar" (impedirme acercarme al domicilio
de la mamá de mi hijo, aunque no tengo prohibido ver a mi hijo, pero... es
materialmente imposible que lo vea, ya que convive con su madre, abuela materna
y dos hermanitos mayores en la misma casa).
Yo
había podido designar a mi abogada recién el mismo día de la audiencia, porque
como no tengo trabajo, no podía reunir antes el dinero para pagarle.
Conclusión:
mi abogada leyó el más o menos voluminoso expediente durante la audiencia, a la
que mi denunciante -la madre de mi hijo- pudo entrar y yo, no.
Confío
ciegamente en mi abogada, así que no haber estado dentro de ese despacho me
ahorró el disgusto de presenciar el "acting" (Tinellis dixit) de la
mujer que me impide tener contacto con mi hijito.
En
rigor -y ante la imposibilidad de la señora de argumentar sobre todo lo que
había denunciado- 2 hs 45 minutos de las tres horas que duró la audiencia, ella
también permaneció afuera.
Mientras
la tuve cerca no le quité la mirada de encima y cada vez que sus ojos se
cruzaban con los míos, ella bajó la cabeza. ¿Les dice algo esta actitud?
Vean Lie to me, por Investigation Discovery, y después me comentan,
¿sí?
Bueno.
"Así las cosas" (perdón por utilizar esta construcción semántica
deplorable, pero más deplorable aún es lo que aquí les cuento), la audiencia
entre mi abogada y el abogado de la contraparte (insisto, para que quede claro,
mi contraparte es la madre de mi hijo Diego Luis María) transcurrió
discurriendo acerca de si a este padre (este que escribe, así, ahora, en
tercera persona) puede, tiene derecho, tiene la obligación o está en
condiciones de tener contacto con su pequeño hijo.
El
letrado de mi contraparte cumplía órdenes estrictas de su mandante de que
"bajo ningún aspecto se me permitiera -a mí, el padre de Diego Luis María,
el que lo recibió en la antesala del quirófano en el que se le practicó la
operación cesárea a la madre, el 18 de agosto de 2011- tener contacto" con
mi hijo.
Advertencia:
en los Tribunales de Neuquén no pasa nada distinto de lo que sucede en los del
resto del país.
Padre/hombre/varón/masculino
es culpable hasta que no demuestre lo contrario. O sea: contra lo que dispone
la ley, se invierte la carga de la prueba.
Para
agregar vanidad a este presupuesto básico, el informe de la psicóloga que me
entrevistó el 7 de marzo y que había hecho lo propio con la madre de mi hijo
dos horas antes, afirmaba -palabras más, palabras menos- que nos encontrábamos
en este pleito "la mejor madre del mundo vs. el peor padre jamás
conocido".
Pues
bien. Parece que a la jueza interviniente, todo lo anterior le pareció algo así
como "demasiado" y sostuvo que la audiencia no podía terminar sin que
se me otorgara la posibilidad de ver a mi hijo.
Entonces
le preguntaron a la mamá de Diego si podía sugerir a alguien que se ocupara de
acercarme a Diego (ya que aparentemente la restricción de acercamiento mío a
esta señora persistirá in eternum) y la señora respondió que "no, no
conozco a nadie en Neuquén", ciudad en la vive y trabaja como
psicopedagoga hace muchos años.
Mi
abogada sugirió que tal intercesión podía llevarla a cabo el padrino de Diego,
mi primo Pablo Prenna, un hombre público, de actuación pública, nacido y criado
en esta ciudad, persona intachable, miembro de una familia ejemplar.
La
señora (la mamá de mi hijo) rechazó tal posibilidad porque a mi primo, el
padrino de nuestro hijo, "lo vio una sola vez en su vida".
En
fin: ante la indescriptible necedad, la mentira contumaz y la antonomásica
insensatez, a la magistrada actuante -en cuya voluntad de resolver mi problema
y el de mi hijo no puedo confiar, como no confío en el poder, y como no confío
en el Poder Judicial- no tuvo más alternativa que disponer que yo me encuentre
en tres oportunidades (en días y horas a definir, siempre después de la hora
13, por reclamo de la madre de mi hijo, quien adujo trabajar todos los días
hasta esa hora-) con mi hijo que hoy tiene apenas cumplidos 19 meses de edad.
Dichos
encuentros se llevarán a cabo en sede judicial (sí, en Tribunales) y en
presencia de uno o más integrantes del "gabinete interdisciplinario"
(el mismo al que pertenece la profesional que teniéndome media hora ante sus
ojos vio en mí al peor padre del mundo y en la mamá de Diego a la mejor de
cuantas pueden existir, tras una entrevista de la misma duración que la que sostuvo
conmigo).
Me
imagino charlando con mi hijo dentro de... 17 años... cuando la consulta con el
psicólogo deje de ser una cuestión infamante, algo que deba ser ocultado, so
perjuicio de ser considerado un "loco", un "anormal".
Al
paso que va nuestro mundo, cuando mi hijo, en 2030, esté por entrar a la
universidad y hagamos memoria juntos, quien sabe pueda contarle que fue por
primera vez al psicólogo y a Tribunales cuando tenía un poquito más de un
añito y medio de edad.
Por
ahí su madre -si se cura de la terrible patología del alma que la aqueja, y
para la que parece no haber más tratamiento posible que nacer de nuevo- le
admite a Dieguito su exclusiva responsabilidad en este brutal desaguisado.
Yo,
mientras tanto, me esperanzo en que Diego recuerde que vimos juntos cómo
Argentina, de la mano de Messi, dio el segundo Maracanazo de la historia en
2014; que fuimos a la cancha con el abuelo y los tíos a ver a nuestro Olimpo
tan querido; y que de la mano y codo a codo y contra toda desesperanza soñamos
juntos con un mundo mejor, con un país hermoso y también justo y solidario, con
una ciudad digna de ser vivida y compartida. Con una vida como la que cualquier
padre que tenga sangre en las venas y alma en el cuerpo quiere para su hijo.
Entretanto, y hoy, 24 de marzo de 2013, yo me pregunto... ¿justicia de familia?”.
Nota del editor (y también abuelo)
Desde algún punto de vista podría entender que “me
comprenden las generales de la ley”.
Pero en este caso en particular, aún a sabiendas que
(desde alguna consideración jurídica) es absolutamente así, prefiero decir, de
antemano, que “me importa un carajo”, realmente, tomar en cuenta esa especie de
admonición que me impediría expresarme respecto de la cuestión central de este
comentario.
No conozco de aspectos judiciales mucho más allá (y
ni ahí) de alguna circunstancia que como “vecino común de la calle” o,
mínimamente, como “periodista con casi 56 años en el ejercicio de la función”
pudieran involucrarme.
En cuanto a lo primero, apenas si una vez, más de 40
años atrás, debí presentarme en Tribunales, por un accidente de tránsito, del
que fui protagonista.
En ese entonces, el juez hizo una apreciación que,
más allá de su determinación, destacó cierta nobleza (no recuerdo ya bien si fue
ese el término utilizado) implícita en mi actitud, al reconocer una falta;
asistir al damnificado; y presentarme cuando me fue requerido.
En todo el resto de mi vida, tan sólo me fue
necesario llegar (por vía indirecta) a Tribunales en razón de alguna fallida “operación” en la que quedé “enganchado”
por los errores de los que nadie está exento; y por haber obrado “de buena fe”,
encima, en el otorgamiento de un poder.
He tenido, no muchas veces, que llegar a algún juez
en la tarea eminentemente periodística, pero nunca “sintiendo” que eso podría
ser lo mío dentro de la función.
Nunca me gustó, simplemente, andar detrás de temas
judiciales. Aún así, no me fue ajeno que no todo se hacía como corresponde, en esos
ámbitos, en todo tiempo.
Y si algo tengo presente es como el “exceso de garantismo”
beneficia (hasta que no se dicte sentencia firme) a asesinos, violadores,
traficantes y algunos otros especimenes reñidos, totalmente, con aquellas
normas de convivencia que, por sí solas, deberían apartarlos de la sociedad y
recluirlos perpetuamente en las penitenciarías.
Ese es un ángulo, no el más trascendente, que motiva
este comentario.
Sí, con seguridad, aquel que abordo desde la
condición de padre (de Eduardo) y de abuelo (de Diego Luis María), sobre
quienes gira el eje de todo esto.
Desde hace 3 meses, Eduardo (mi hijo) fue privado de
ver a su hijo (Diego, mi nieto), por alguna de esas medidas inconsultas de
algún funcionario judicial neuquino, sin que importe mayormente su rango o
jerarquía.
Sólo parece tener importancia aquello que,
unilateralmente, denuncie una persona (la madre de Diego en este caso), apoyada
con influencias políticas que parecen estar por encima de cualquier otra
cuestión.
Los detalles del caso están explicados en las
reflexiones de la nota central (“¿justicia de familia?”, su título) que he
trascripto.
Si debo agregar alguna circunstancia, reiterada, que
explica como por un lado se ha dicho una cosa y, por otro, se ha hecho todo lo
contrario.
Del 18 de agosto de 2011 hacia adelante, la
progenitora de Diego insistió en reclamar la presencia de los abuelos paternos,
pese a la visita inmediata (para conocerlo y disfrutar de ese “evento” de alto
contenido emocional) y el conocimiento de los un poco más de 500 kilómetros que
los separan del lugar (Neuquén) de residencia del ya mencionado Diego.
A mayor abundamiento debo expresar que
reiteradamente la ya nombrada progenitora del chiquito insistió en pedir la
concurrencia de los “abu” (así los llamaba en un manifiesto alarde de
hipocresía), pretextando que no hacerlo generaba que (su nieto) los extrañara.
Esta cita tiene su explicación: en toda ocasión que
fue posible, allí estuvieron los abuelos paternos junto a Diego, incluyendo el
festejo de su primer cumpleaños (el 18 de agosto de 2012), un día revelador,
por sí mismo, de algo que sobrevendría después.
En esa jornada, un hecho desgraciado sirvió para
poner de manifiesto qué poca importancia daban -la madre de Diego (y
consiguientemente su abuela materna)- a la estrecha relación entre Diego y su
papá.
Sólo les preocupó el “qué dirán” y, para nada, el
hecho fundamental en sí: que el papá de Diego no pudiera estar en la fiesta
programada.
Desde esa fecha hacia adelante fue vislumbrándose lo
que sucedería, bien es cierto que el imaginario personal de uno no alcanzara a
evaluar la dimensión de aquello que ocurriría.
Hubo más visitas a Diego, en las que madre y abuela
materna no alcanzaron a disimular que pergeñaban algo.
Ocurrió, para desnudar la falsedad de requerimientos
de visitas, con la medida de restricción
interpuesta por la madre de Diego para impedir, veladamente, que su papá
pudiera verlo con normalidad, pese a haberse trasladado a vivir, desde
Centenario a Neuquén Capital y a escasas 5 cuadras de distancia.
Esa perversa maniobra hizo explosión en la Nochebuena y Navidad
2012, y persistió de allí en más. Un evidente signo de haber sido elaborada con
manifiesta mala fe y peor intención. Porque elípticamente, una medida judicial
provoca el aislamiento de padre e hijo, con el agravante de producirse cuando
el pequeño no llegaba (lo has cumplido ahora) a 19 meses de vida.
La disposición (última) de tan sólo hace unos días (tomada
el miércoles 20) está ampliamente explicada en los puntillosos párrafos de la
nota cabecera.
Resulta incomprensible que alguien (si ha evaluado
concienzudamente el caso) disponga que un padre pueda ver a su hijo, de tan
solo 19 meses, tres veces por semana; en una sede judicial y en presencia de
uno o más integrantes de un “gabinete interdisciplinario”.
¿Acaso la misma funcionaria, que ha tomado tan a la
ligera esa resolución, profundizó como es la vida del pequeño junto a su madre
y su abuela materna?. ¿Midió las consecuencias a futuro del aislamiento que
provoca el “es justicia” (o cúmplase) de su decisión?. Seguramente que no.
Se me ocurre discurrir (no encuentro otro término
que me aleje de la desazón que todo esto provoca) que cuando por la edad
cumplida Diego Luis María pueda acercarse a su abuelo paterno, éste (que no es
otro que quien esto escribe) estará llegando, si Dios así lo quiere, a los 90
años.
También, me interrogo sobre si ¿puede alguien, de
mente obnubilada vaya a saber con qué intenciones, provocar una situación tan
traumática?, tan sólo por su condición de ¿psicopedagoga?, que parece
habilitarla un poco más allá de cualquier límite.
Mientras trato de encontrarle alguna explicación
razonable a tamaño despropósito, tengo presente que este lunes (25 de marzo) es
el día de la Anunciación ,
que recuerda el momento en que la Santísima
Virgen María recibió el anuncio de que iba a ser la madre de
Jesús.
Evoco, también, que (este 25) se cumplirán 101 años
del día en que nació “Panchita”, la bisabuela paterna de Diego (abuela de su
papá y mamá de su abuelo).
Pienso, entonces, cómo pueden darse (salvando distancias
y mucho más comparaciones que no corresponden) destinos tan disímiles para
quienes el Señor les ha otorgado la sublime misión de ser madres. Toda otra
consideración corre por cuenta de quien quiera leer y entender este comentario.
Luis María Serralunga
Papá: he leído y entendido y valorado tu comentario. Las cosas son tal y cual las has interpretado y vivido en carne propia. Una salvedad, que no hace más que confirmar el tener de mis reflexiones iniciales y las tuyas: mis encuentros no serán "tres por semana". Veré a Diego TRES VECES, únicas tres veces y después será el "Gabinete Interdisciplinario" el que decida qué hacer y la jueza decidirá lo que le parezca más "justo". Por tres veces (vaya a saber con qué distancia de tiempo la una de la otra y durante cuánto tiempo cada una) tendré que convertir una fría sala de un Juzgado en un ámbito propicio para el encuentro con mi hijo de menos de dos años de edad: llevarle juegos, un cambiador por si hace falta cambiar sus pañales...es decir...generar un espacio adecuado en el lugar más inadecuado. Papá: yo te prometo que vamos a ir juntos, vos, tu nieto (que es tu homónimo, y MI HOMENAJE EN VIDA a mi papá, de quién aprendí todo lo bueno que pude ser en esta vida) y yo, vamos a ir juntos, pronto, muy pronto, a la cancha. Porque yo quiero que Diego sea tan feliz como fuí yo -gracias a mis padres- cuando tenía su edad. Te abrazo sobre mi corazón, papá. Gracias por todo lo escrito y sobre todo, por vivir con la misma honestidad con la que escribís.
ResponderEliminarRealmente, la aclaración tuya acentúa la dimensión insospechada del problema y marca cuán poco aprecian los "funcionarios" el respeto por los demás. Evidentemente, no les llegó, ni por asomo, el mensaje del Papa Francisco. Así de terminante.
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