BASILICA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESUS: EL MISMO LUGAR, ENTRE EL PASADO Y EL PRESENTE


Recuerdo, como si fuera hoy, aquellas misas escuchadas allí antes de la segunda hora de clase, todos los días, en la época  del secundario.

Sin embargo, fueron más imborrables las “buenas tardes”, que recibíamos, en nuestro tránsito como alumnos del siempre querido Colegio Don Bosco, en la penumbra de las primeras de la tarde, antes del turno de gimnasia o de alguna de esas materias extras que la ¿currícula? fijaba aún a mitad del siglo que se fue.

También, merece un buen lugar el recuerdo de los ejercicios espirituales que llegaban bien pasada la mitad del año lectivo.

Puedo evocar, con no poca nostalgia que los domingos, el “nono” que se fue demasiado temprano de nuestra vida, “desandaba” el camino entre Terrada 74 y ese lugar. Allí, por años, ví a mis tías (Victoria, Pepa, Ida, Chela, Irma, Nelly, Yuya y Coca) participando invariablemente de la misa dominical, repartiéndose en los horarios para concurrir.

Aunque no lo ví en persona, sé que mi viejo andaba por allí, invariablemente, en su condición de muy joven maestro de cuarto grado del colegio. Y después, como hecho palpable, sí lo ví, yendo diariamente a la misa de la tarde los días de semana, ya que sábados y domingos (y “fiestas de guardar”) fue lector y ministro de la Eucaristía, hasta sus últimos días, en la también siempre presente parroquia Santa Teresita del Niño Jesús.

Integrando la tercera generación familiar que pasó por ese bendito recinto, fui alumno (del cuadro de honor, aunque pocas veces estudiaba); exalumno después; padre de alumnos y exalumnos -Eduardo, Adrián y Mariano estuvieron allí- de la cuarta generación.

No olvido aquellos domingos, de muy chico, cuando íbamos entre medio del entretenimiento (fútbol, juegos y cine) desde el contiguo Oratorio San José. O en aquella recordable fiesta de San Luis, un clásico del Don Bosco.

Hoy, agosto de 2012, mi nieta, Renata María, se prepara para recibir, este sábado (25), su Primera Comunión, como lo hicieron sus tíos.

No se puede entonces, sino repasar recuerdos y vivencias del inexorable transcurrir del tiempo. Como que hasta allí iba, todas las mañanas, entre agosto y septiembre de 1989, buscando esperanzas para la vida de mi hermanita menor, María Inés, que se iría en la plenitud de mamá joven, con tres criaturas.

No puedo olvidar, también, otro hecho imborrable: aquel junio de 1955, cuando la quema de las iglesias, que también hizo lo suyo por allí.

Que cinco generaciones desde mi abuelo (Don José) y  tatarabuelo de ella (Renata) hayan estado y estén ligados a una larga historia, plena de momentos muy especiales en todo sentido, no es poca cosa.

Estuve hablando de la inmensa Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, la del siempre vigente Colegio Don Bosco. Y la asocio con una influencia perdurable en nuestra vida, aunque no nos hayamos dado cuenta.

Luis María Serralunga 

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