HISTORIA DE UN AMOR…
A 55 años del casamiento con
Mabel, el 5 de febrero de 1965.
Lo habíamos esperado ansiosamente. Casi, casi, desde aquel
12 de septiembre (del ’63), que fue el día en que “nos pusimos de novios”. Y
más, desde el 17 de octubre del ’64, cuando nos comprometimos.
Pero como todo llega, arribamos sí, al 5 de febrero soñado,
después de unos 17 meses. ¡Qué emoción!.
A la mañana, antes del mediodía, fue la ceremonia en el
Registro Civil, todavía por ese entonces en la segunda cuadra de la calle
Sarmiento. Hubiera sido lindo, pensaba hace unos días, que en ese tiempo, como
suele ser ahora, pidieran que cada uno dijera el ¿por qué? de una elección
hecha para toda la vida.
¿Qué hubiera dicho Mabel en ese momento?. Mantuve la intriga,
aunque después, por años, cada tanto ella me lo fue explicando, con hechos.
Intenté lo mismo sí, cada vez que así lo sugirieron las circunstancias.
Al anochecer, 19.30 la hora exacta, ella entró a la iglesia parroquial del Inmaculado Corazón
de María. La había imaginado, sí, infinidad de veces. Pero como si eso no
hubiera ocurrido, me sorprendió verla, bellísima, celestial. Y claro, si Dios
mismo había sido quien la eligió para mí, en aquella mañana de domingo, casi
invierno, en junio del ’63, cuando la vi por vez primera.
Era misa de esponsales, en el rigor del verano. ¡Qué
ocurrencia, no!. Es que allí nos habíamos conocido, a pocos metros, en la sala
de reuniones. ¡Y dimos el sí, ante Dios en esa parroquia!.
Cuando terminó la ceremonia, la infaltable sesión de fotos
de estudio, en Wolk, como no podía ser de otra manera, atento a la relación que
por décadas unió al recordado Don Alejandro, con nuestra familia. Gracias a
esos instantes, nuestra casa está “vestida” con algunas de las imágenes de
aquella ocasión.
Y después, la fiesta, en el salón de Deportivo Norte, el
club que no mucho tiempo más tarde tuvimos a espaldas de la segunda casita que
ocupamos en el mismo 1965 y hasta el ’69.
Fue una reunión esencialmente familiar: padres, hermanos,
tíos, sobrinos (algunos recién nacidos); amigos de nosotros dos, entre otros.
Sin entrar en muchos detalles, sin embargo, bien merece
citarse algún caso en especial, como que no podía faltar Santiago (Boland), por
cuya invitación llegué a conocer a Mabel y fue tan lindo aquello como para no
olvidarlo jamás. Fue, sin duda, un amor a primera vista, ¡gracias a Dios!.
También sería bueno mencionar que sólo tres compañeros del
diario estuvieron invitados: Miguel Tohmé (ingresó el mismo día que yo a la
redacción general) y nos obsequió una Beirette, cámara fotográfica que nos
permitió obtener las imágenes de nuestros chiquitos, de bebés; y Herminio
Marcolini y Jorge Soldini, que trabajaban en la sección de la que fui jefe
entre 1964 y 1972. Otros, me habían hecho la despedida de soltero la noche
anterior, en el restaurante del Hotel Austral.
Y no debo olvidar que estuvo Doña Cecilia, que me conoció
desde muy chico; y que solía acompañarnos, cuando urgencias que nunca faltan
hacían que Panchita (mi mamá) y Ernesto (mi papá) debían estar fuera de casa.
De mis muchas tías paternas, cuatro fueron a la fiesta: Victoria (por cuyos
relatos conocí de “mi nona” Ermelinda); Irma, Chela y Alicia, que me esperó
cada día durante todo mi secundario, cuando pasaba por Terrada 74 camino de mi
casa.
Hay algo sí como para no dejar de comentar: en todo el
tiempo Mabel no soltó mi mano; y cuando llegó el clásico de todo casamiento,
bueno, la foto habló por sí misma.
Nos fuimos, claro, cuando avanzaba la madrugada, porque
urgía el viaje para iniciar nuestra “luna de miel”. Y lo hicimos en tren (de la
época), para llegar a Buenos Aires a las 24 horas de la misa de esponsales.



Seguramente, todo lo siguiente, da para mucho más.
En un día como el de hoy, pero 55 años más tarde, he querido recordar el comienzo de la vida compartida con Mabel, mi bellísima mujer que fue, es y seguirá siendo un verdadero regalo del cielo. Incomparable, eterno amor.
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