EN LA VIEJA PARROQUIA, LA DE SIEMPRE…



Sesenta y cuatro años después de la Primera Comunión.

“Hora feliz en que el Señor del Cielo se ofrece a mi por la primera vez, por la primera vez, por la primera vez”.

Pasaron 64 años, pero parece ayer.

Fue el 8 de diciembre de 1948, en la antigua, pero siempre brillante capilla del Colegio La Inmaculada, por entonces templo de la parroquia Santa Teresita del Niño Jesús.

Primeras Comuniones,
el 8 de diciembre de 1946
Ese día, fue día de primeras comuniones, como era costumbre en esos tiempos. Fue el día de mi primera común, recibida de manos del recordado padre Juan Mesquida, revestido con casulla de color celeste, que identificaba el oficio (y a su celebrante) con la festividad de la Inmculada Concepción de María.

Atrás quedaban los meses de preparación, con el catecismo de las 90 preguntas; atrás las clases con Anges Lazzarini (“la catequista”), pero también con mis tías, Ana María (“Chela”) y Nélida Esther (“Nelly”) Serralunga, por entonces muy estrechamente vinculadas a la parroquia.

Fue un momento muy especial. Recuerdo un regalo de mis tías (las 8), que fue un libro de misa, de páginas tan finitas como para que resultara casi imposible repasarlas, y que en una Semana Santa me quedó olvidado en la iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya (Teniente Farías 731), en una de las visitas del Jueves Santo, sin que pudiera saber nunca más. 

En la misa y en la primera comunión de aquel día me acompañaba toda la familia; también no pocos compañeros de escuela, porque así era la costumbre, que hacía que toda una legión de niños y niñas fuera por vez primera a recibir a Jesús Sacramentado.

Hubo una pequeña celebración, muy íntima, en esa jornada (porque cada uno celebraba la suya y no había, como se estila ahora, reuniones en común).

Pero la trascendencia del momento iba mucho más allá de eso. Al domingo siguiente, fue la segunda comunión, también con la ropa y el moño que se estilaba.

Este pasado sábado (8), 64 años después, pude recordar palpablemente aquello de 1948.

Los chicos y chicas de la parroquia (grupo no tan numeroso porque es costumbre, ahora, que esa ceremonia los convoque en sus respectivos colegios católicos) tomaron su “segunda comunión solemne”. 

Fue en el marco de la “aggionarda” iglesia de Villarino 460, que lucía resplandeciente. El oficio, a cargo del “curita” de estos tiempos, el padre Roberto (Buckle). Otras, por supuesto, las catequistas, pero ellas con aquel mismo espíritu de Agnes, de Chela, de Nelly.

El templo aparecía preparado para un posterior casamiento, previsto para las 9 y cuarto de la noche, pero ornamentado de una manera muy especial. Eso hizo recordar tantos sábados, extendiendo la alfombra para que por ella pasaran las novias de aquellos tiempos camino del altar. Y eso, parece seguir siendo así.

Afuera, un rato después, como muchas veces, caras conocidas (cada vez menos) de otros tiempos…

La vida cambió (¡y cuánto, vaya!) pero aún así, todavía, parecía escucharse aquello, tan simbólico: “Hora feliz en que el Señor del Cielo se ofrece a mi por la primera vez, por la primera vez, por la primera vez”. Y sí…

LMS

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