30 AÑOS DESPUÉS...

Escrito por Eduardo Serralunga, desde Centenario (Neuquén), el 31 de marzo de 2012, para su blog: guarricosas.blogspot.com.


Las décadas, los múltiplos de diez son más importantes para las conmemoraciones. En realidad, cuanto más tiempo pasa pareciera que los hechos de antaño se ratifican en sus categorías de epopeyas o leyendas, según el grado de verosimilitud que les demos.

Lo cierto es que estos son días de in memorians. Y por tal no interpretamos nosotros, los católicos, a la pasión, muerte y Resurreccción de Nuestro Señor Jesucristo, que nos sigue salvando de nuestros pecados y nos vuelve a prometer la Vida Eterna, esa Fe que desde hace mucho tiempo a mí me mantiene vivo.

Papá nos recordó la semana pasada que el domingo 25 de marzo la abuelita hubiera cumplido 100 años. Un siglo, sí. Confieso que jamás había relacionado ambos hechos y a decir verdad -muy a pesar de mi "memoria prodigiosa para datos inútiles"- no tengo registro del cumple Nº 70 de mi abuela Panchita. Y eso qué -recién ahora me doy cuenta- aquello sucedió exactamente una semana antes del histórico 2 de abril de 1982.

Les juro que tengo presentes mil cosas de los momentos compartidos con los abuelos: almorzar juntos, los tres, en el departamento de la calle O´Higgins -muchas veces, también ese año ´82, estoy seguro-. El abuelito Ernesto en la cabecera de la parte interna del departamento, yo dando espaldas a la calle y la abuela, que iba y venía con las milanesas y las papas fritas bastoncitos (después de la sopa cabellos de ángel, claro) más exquisitas que yo haya comido jamás (perdón, mami; las tuyas fueron siempre riquísimas, también).

Pero los abuelos y lo feliz que fui con ellos y gracias a ellos (a los cuatro, porque yo tuve el privilegio de tener a mis cuatro abuelos, también al abuelo Yilio y a la abuela Aldovina, los padres de mamá, dos seres maravillosos a los que siempre voy a recordar y echar de menos) son compañías y vivencias que atesoro en el rincón más preciado de mi traginada baulera senti...mental.
Pero los abuelos se merecen otra nota, la de las epopeyas personales y como el lunes que viene -feriado nacional- el país hablará de lo que nos pasó hace 30 años, yo me quiero anticipar, con esta entrada en mi blog.
Creo que nadie -ningún ciudadano común, digo- pensaba ese 2 de abril que se venía la Guerra del Atlántico Sur, otro tema para hablarlo/escribirlo largo y tendido. Pero el día -ese día- en el que el Operativo Rosario (por las plegarias a la Virgen) recuperó para nuestra Patria el control de la perdida perla austral, hoy es el asunto.
Ese día fuí al Colegio (Don Bosco, de Bahía Blanca, en el que cursaba 4º año del Comercial) con algo de información, la que proporcionaba LU2.

Para la hora en que yo salí de casa -a encontrarme con Daniel Alvaro, Guillermo Torres y Gabriel Muscillo en la esquina de Blandengues y Tucumán- la información era más bien confusa. Y se fue aclarando con el correr de los minutos. No recuerdo que en el "Buenos días" del rector -que por entonces era el padre León Piovesán- se haya mencionado "Malvinas".

Lo que jamás voy a borrar de mi memoria es que ese día teníamos Contabilidad en la primera hora. Entramos al aula; éramos más de 30 alumnos entre los que me contaba, junto a los tres amigos, vecinos de barrio y compañeros que mencioné más arriba.

A cargo de la clase estaba el profe, contador, Carlos Ronald Continanzia (el caballero de la foto, ¿qué será de su vida, hoy?) con quien ese año me fui a diciembre, de puro vago nomás.

Es como si lo estuviera viendo en este momento -cuando son las 03:37 am del sábado 31 de marzo de 2012, en el que pienso ir a Bahía a ver OLIMPO-Banfield): era de estatura tirando a baja, morocho -muy- entrecano, tanto el cabello como el bigote, espeso.

Se paró casi en posición de firme frente a nosotros, que ya estábamos sentados a los pupitres. Ensayó unas palabras que ya no recuerdo, pero que fueron alusivas a la página de gloria de la historia argentina que se estaba escribiendo con la recuperacíón de la soberanía sobre los remotos -aunque ciertamente no tanto como para la potencia colonial- territorios insulares del Sur.

Y a eso sobrevino un profundo silencio, que nosotros acompañamos intuyendo que efectivamente algo importante estaba sucediendo. Lo que tengo grabado en mi retina son las lágrimas que llenaron los ojos de ese profesor de gesto adusto, severo, que imponía autoridad. Si ese profe -que no fue el caso- hubiese intentado darnos una clase de amor a la Patria, quien sabe si hoy -tres décadas más tarde, cuando ya estoy viejo y los discursos me aburren- lo tendría presente.

Pero estoy seguro de que pasarán los años, los gobiernos y la próxima generación, y aquella lección -la de la emoción sincera, espontánea, apenas controlable como para que las lágrimas no recorrieran las mejillas del profe Continanzia- no la habré olvidado.

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