ABANDONADA A ORILLAS DEL MAR, TRANSFORMÓ DOLOR EN ESPERANZA: SOR CATALINA AVANZA HACIA LOS ALTARES.
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El Papa León XIV
aprobó, este jueves (18), las virtudes heroicas de la Sierva de Dios Doménica
Catalina del Espíritu Santo, fundadora de la Congregación de las Hermanas
Dominicas de la Pequeña Casa de la Divina Providencia, cuya sencilla vida,
desconocida para muchos, fue una continua prueba de confianza en el Señor.
La infancia de
Catalina, bautizada en 1822 en la ciudad italiana de Né con el nombre de Teresa
Solari, no estuvo exenta de dificultades. Su madre, Angela Maria Rissetto,
falleció cuando ella tenía tan sólo tres años y pronto su padre y su madrastra
la consideraron “un peso” del que tenían que hacerse cargo.
De ambos recibió
malos tratos e incluso, según relataba con sencillez más tarde la propia
Catalina, fue abandonada a orillas del mar. Sin embargo, “Dios la salvó” y fue
acogida por una tía suya, quien le dio la oportunidad de pastorear ovejas.
En la soledad y
el silencio que reinaba en su labor como pastora, comenzó a sentir una fuerte
presencia de Dios, lo que le llevó hasta las Hijas de María Santísima del
Huerto, en la ciudad de Chiávari, junto a quienes descubrió su vocación: ayudar
a la niñas que, como ella, habían quedado huérfanas.
Aquejada por
varias enfermedades fue ingresada en el Hospital de Chiávari y más tarde
trasladada a Génova. Incluso, según narra el sitio web de santos y
beatos italianos, habiéndose constatado su fallecimiento, fue trasladada al
depósito de cadáveres. Sin embargo, una amiga que fue a velar su cuerpo se dio
cuenta de que respiraba y que seguía aún con vida.
Veía en las
huérfanas el rostro de Cristo.
Un providencial
encuentro con la italiana Antonietta Cervetto, con quien compartía la vocación
de ayudar a niñas huérfanas, dio lugar en 1863 —tras superar numerosas
dificultades— a la primera Pequeña Casa de la Divina Providencia, donde
llegaron a atender a 30 jóvenes en dificultades.
Continuamente
llegaban solicitudes de personas que querían ser acogidas, pero no había
posibilidad de alojarlas. Para dar alojamiento a todas las chicas, tuvieron que
trasladarse a la planta baja del palacio de Villa Spinola, en Génova, donde se
alojaron cerca de un centenar de niñas, en quienes Teresa veía el rostro de
Cristo. A pesar de la pobreza y dificultades, siempre llegaban ayudas de la
providencia.
El sacerdote
dominico Vincenzo Vera fue un estrecho colaborador de ambas fundadoras y tuvo
un papel decisivo en el desarrollo de la Pequeña Casa, dándole “un alma
dominica” y ayudando en la formación.
El 4 de junio de
1870, Teresa tomó el nombre de Sor María Doménica Catalina del Espíritu Santo,
y su compañera Antonietta se convirtió en Sor Rosa de Santa María. El 30 de
abril de 1871 ambas emitieron los votos religiosos. La comunidad obtuvo el
reconocimiento de derecho diocesano el 25 de marzo de 1879 y en 1911 pasó bajo la
jurisdicción de la Orden Dominica.
Sor Catalina
falleció de una bronquitis a los 85 años, el 7 de mayo de 1908. Durante cuatro
días hubo en la ciudad peregrinaciones de religiosas, alumnas, sacerdotes y
ciudadanos de toda clase social para honrar su memoria y rezar por su alma.
Tras su muerte,
el Maestro General de los Dominicos, el Beato Hyacinthe-Marie Cormier, destacó
“su confianza en Dios, la paciencia en las dificultades, su prudencia y
discreción y aquella amabilidad de carácter con la que se entregaba a
todos”.
En 1990, la
Congregación de las Hermanas Dominicas de la Pequeña Casa de la Divina
Providencia se unió a las Dominicas de Santa Catalina de Siena, continuando el
compromiso contra la marginación a través de la educación y la asistencia a las
jóvenes.
El Dicasterio
para las Causas de los Santos destaca que la esperanza cristiana permitió
a Sor Caterina “permanecer firme en los numerosos momentos de prueba,
abandonándose con confianza a la Divina Providencia”.
El dicasterio vaticano subraya también la fortaleza con la que se enfrentó a acontecimientos dramáticos a lo largo de su existencia: “La pobreza, que caracterizó la primera parte de su vida, orientó su actividad de asistencia y socorro a las jóvenes indigentes, traduciendo su amor a Dios en caridad hacia los más necesitados, socorriendo con alma maternal en particular a las jóvenes que habían vivido su misma experiencia de abandono y esforzándose por asegurarles también una adecuada formación cristiana”.
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